La literatura del Virreinato del Perú se refiere a la literatura peruana que se desarrolla entre los siglos XVI a XVIII, durante los años de la dominación española y la existencia del Virreinato del Perú.
XVI">XVI a XVIII, durante los años de la dominación española y la existencia del Virreinato del Perú. Según el crítico peruano Luis Alberto Sánchez, fue la literatura más elaborada de la América bajo dominio español.
El proceso de la conquista y la colonización española en el Perú se inicia con la captura de Atahualpa en Cajamarca, en 1532. Nueva Castilla y Nueva Toledo son los primeros nombres oficiales que tienen los territorios del antiguo Tahuantinsuyo o Imperio de los Incas. Este hecho tuvo una repercusión en la vida de los pobladores del Perú antiguo. Les impusieron normas de vida, la religión católica, el idioma castellano y fueron obligados a realizar trabajos en las minas y en los obrajes.
La dependencia oficial ante España se inicia propiamente en 1542, con el establecimiento del Virreinato del Perú, con capital en la Ciudad de los Reyes o Lima, cerca de la costa. El área virreinal abarcaba entonces gran parte del territorio sudamericano, con la excepción de Venezuela o Caracas (bajo la jurisdicción del Virreinato de Nueva España y luego del de Nueva Granada) y la mitad del Brasil actual (dominio de Portugal).
Es indispensable señalar que el virreinato peruano fue perdiendo su jurisdicción sobre extensas regiones, ya bajo la dinastía borbónica (siglo XVIII). Así, el virreinato de Nueva Granada (que abarcaba los actuales países de Colombia, Venezuela y Ecuador) se instaló en 1740, y el virreinato del Río de la Plata (Argentina, Paraguay, Uruguay y parte de Bolivia) lo fue en 1776. El virreinato del Perú, reducido en 1810 a una extensión casi equiparable a la de la actual República Peruana, finaliza oficialmente en 1824, aunque la independencia del Perú se proclama en 1821, año que es considerado como el punto de partida de una nueva etapa histórica, la República.
La base de la economía del país de aquel tiempo es cambiada de la agricultura por la actividad minera, concentrada esta en la extracción de metales preciosos (oro y plata). El país fue reordenado y esa economía comienza a desarrollarse para satisfacer los intereses de España.
Se implantan las reducciones, que eran concentraciones de pueblos para facilitar su administración y explotación a través del trabajo forzado para el beneficio del gobierno español.
Pasado el auge extractivo y afianzado el virreinato en el siglo XVII, los hispanos se volcaron a reactivar la agricultura. Fue entonces cuando se intensificó el cultivo del trigo, el lino, la caña de azúcar, el olivo o la vid. Igualmente se empezó a aplicar la técnica agraria europea, que aumentó la producción agrícola. La mano de obra utilizada eran los indios en la sierra y los esclavos negros en las plantaciones de la costa.
El poder político se ejercía desde la península ibérica, por la cual la corona española nombra virreyes en el Perú con máximas facultades de gobierno. En el área cultural se producen 2 hechos importantes:
Los españoles trajeron pestes o epidemias provocando la muerte de un gran porcentaje de la población nativa. Aun así, esta última continuó siendo la población mayoritaria, si se la compara con el núcleo de españoles y sus descendientes nacidos en suelo peruano (criollos).
Por causa de raza, títulos y situación económica, se formaron diversas clases sociales, entre los cuales reinó la más completa desigualdad. Unos disfrutaban de grandes privilegios. Otras, vivían en la más precaria situación.
Los españoles y los criollos conformaban las clases privilegiadas. Tuvieron mayores oportunidades de vivienda, alimentación, trabajo, educación, etc. Los indios, negros y mestizos tenían acceso restringido a estos servicios.
La Iglesia católica cumplió una gran labor misional con gran poder de influencia. El Tribunal de la Inquisición, organismo instaurado en Lima a fines del siglo XVI, ejerció un control religioso y cultural, persiguiendo y castigando las herejías.
Durante esta época, la literatura religiosa estuvo determinada por la filosofía Escolástica y el Tomismo (posturas de Santo Tomas de Aquino). Mientras hubo un rechazo al Suarecismo (posturas de Francisco Suarez) en la Escuela del Cusco, en contraste con las academias de Buenos Aires.
Con la invasión de los españoles se inicia un proceso que con el tiempo dará origen a una literatura mestiza o peruana, aunque inicialmente acuse de una preeminencia hispánica. Francisco Carrillo Espejo ha acuñado el término de «literatura del descubrimiento y conquista», con el que se designa al período que abarca todas las obras escritas durante el proceso de descubrimiento y conquista del Perú, que se inicia en 1532 en Cajamarca con la captura del último Inca, Atahualpa, y finaliza con la desarticulación del Imperio Incaico. La literatura de este período, aunque no necesariamente escrita durante este marco temporal, sí se vincula a los eventos desarrollados antes o durante dicho periodo.
Las primeras obras de importancia fueron las crónicas, género literario que mezcla la historia, el ensayo literario y la novela. Las primeras crónicas, escritas por los soldados y secretarios de las expediciones militares, tienen un estilo rudo y seco. Luego aparecen obras mejor trabajadas, cuyos cultores son los llamados Cronistas de Indias.
El crítico Augusto Tamayo Vargas ha dividido a los cronistas en españoles, indígenas, mestizos y criollos.
Estos se dividen en dos grupos: cronistas de la conquista y cronistas de la colonización. Este último se subdivide a su vez en pre-toledanos, toledanos y post-toledanos (tomando como referencia al gobierno del virrey Francisco de Toledo, 1569-1581).
Tres nombres se mencionan especialmente entre los cronistas indígenas, nativos o indios:
Entre los cronistas criollos o americanos (nacidos en América de padres españoles) que escribieron sobre el Perú se debe destacar a los siguientes:
La notoria influencia española signó el carácter dependiente de la producción literaria cultivada en el Perú virreinal. A pesar de ello, algunos autores contribuyeron a constituir nuestra identidad nacional. Los más destacados fueron el ya mencionado Inca Garcilaso de la Vega, Amarilis, Juan de Espinoza Medrano y Juan del Valle y Caviedes.
Durante este tiempo los literatos coloniales imitaron a las corrientes literarias presentes en Europa.
Amarilis, fue una poeta peruana, cuyo verdadero nombre se desconoce y que compuso la Epístola a Belardo dirigida a Lope de Vega y publicada por éste en su Filomena, en 1621. Dicha Epístola está compuesta en silvas con un total de 335 versos, a través de los cuales, la autora declara a Lope de Vega su amor platónico, así como da información autobiográfica, en la cual afirma pertenecer a una familia de conquistadores españoles que participaron en la fundación de la ciudad de Huánuco (en la sierra central del Perú) y que residía en Lima, tras haberse consagrado a Dios vistiendo el hábito monjil. Es un poema fluido, armonioso, delicado, tal vez es el más vivo ejemplo de la lírica peruana de principios del siglo XVII. Desde el primer momento, los críticos reconocieron la calidad excepcional de la composición y se preguntaron quién podría ser la anónima poeta que usaba el seudónimo pastoril de Amarilis. Se ha desgranado una serie de hipótesis al respecto, pero todas endebles (una de ellas la identifica con María de Rojas y Garay). De todos modos, existe una posición mayoritaria de que, efectivamente, se trataba de una mujer criolla nacida en el Virreinato del Perú, rechazándose la tesis de que fuese una superchería elaborada por el mismo Lope de Vega.
Clarinda es el seudónimo de la autora del Discurso en loor de poesía, poema en tercetos, que apareció como prólogo del Parnaso Antártico (1608) de Diego Mexía de Fernangil. Este autor la presentó como una “dama principal de este reino” del Perú, y que, aparentemente, por su condición de monja recluida en un convento, no quiso que su nombre se divulgara. Se ha sostenido que posiblemente fuera Sor Leonor de la Trinidad, nacida en Chuquisaca y que llegó a ser monja abadesa del Convento de las Descalzas de la Concepción de Lima.
Diego de Hojeda (¿1570?-1615), natural de Sevilla, vino al Perú a los 15 años de edad para labrar fortuna. El terremoto de 1586 hizo variar sus planes. Ingresó al Convento de los dominicos y actuó al lado del arzobispo Toribio de Mogrovejo contra la relajación de costumbres. Se ordenó de sacerdote en 1600. Ocupó los altos cargos de Prior del Convento de Santo Domingo del Cuzco y del Convento del Rosario de Lima. En 1612 fue relevado de sus cargos en la orden a causa de desavenencias con sus superiores; primero fue confinado como simple monje en el convento de Cuzco, y luego en el de Huánuco de los Caballeros, donde falleció poco después. En 1617 fue reconocida su inocencia, siendo rehabilitado públicamente. Su obra principal es La Cristiada, extenso poema épico escrito en doce cantos, cuyo tema es la pasión y muerte de Jesucristo. Está compuesta “en verso heroico” y “en estilo grave, en erudición profunda y en devoción suave”. Su primera edición es de 1611, impresa en Sevilla. Desde el primer momento recibió elogios, entre ellos, los de Lope de Vega. Es uno de los mayores ejemplares de la poesía épica de habla castellana.
Diego Mexía de Fernangil (¿1565?-1634), poeta nacido en España pero que desarrolló su obra literaria en el Virreinato peruano. Es autor de la primera parte del Parnaso Antártico (1608); allí es donde se inserta el anónimo Discurso en loor de la poesía (firmado con el seudónimo de Clarinda). La segunda parte no llegó a publicarse y permaneció inédita hasta el siglo XX. Es también reconocido como excelente traductor de las Heroidas del poeta latino Ovidio, obra compuesta por 21 cartas de amor ficticias, dirigidas por heroínas mitológicas a sus amantes.
Juan de Espinoza Medrano (1630-1688), escritor de raza nativa, natural del pueblo de Calcauso (en la actual provincia de Aymaraes, del departamento de Apurímac). Apodado "El Lunarejo". Desde temprana edad evidenció su talento en el campo de las letras. Merced a una beca creada por el obispo Antonio de la Raya, estudió en el Seminario de San Antonio de Abad en el Cuzco, y prontamente fue doctor en Teología y catedrático de dicha asignatura en el mismo Seminario. Destacó en la oratoria sagrada, desde su púlpito en la parroquia de San Cristóbal. La multitud se agolpaba para escucharle. Mereció el apodo de “Doctor Sublime”. En 1682 fue hecho canónigo a pesar de la enconada oposición de sus adversarios. Finalmente, luego de haber sido Tesorero y Chantre de la Catedral del Cuzco, falleció en medio del sentimiento general de su pueblo. En lo que a literatura se refiere, se convirtió en el más alto exponente del culteranismo o gongorismo en el Perú y América.
Escribió una Apologética en favor de don Luis de Góngora y Argote (1662), apasionada defensa del gran poeta cordobés contra los ataques del crítico portugués Manuel de Faría y Sousa, pero también un extraordinario ejercicio de análisis de los versos gongorinos. La calidad de la prosa de esta obra es tal, que Marcelino Menéndez Pelayo, que nunca entendió las excelencias del gongorismo, no tuvo sin embargo reparos en calificarla de «perla caída en el muladar del culteranismo». De manera póstuma, los discípulos de El Lunarejo editaron una selección de 30 sermones del maestro, bajo el título de La novena maravilla. También es autor de las obras teatrales: El rapto de Proserpina, El amar su propia muerte, El hijo pródigo.
Juan del Valle y Caviedes (1652 o 1654-después de 1696), conocido como «El poeta de la Ribera» fue un poeta satírico y elegíaco nacido en España, pero que vivió casi toda su vida en el Perú. Quiso hacer fortuna en la actividad minera, pero su vida desordenada lo llevó pronto a la ruina. Pobre, enfermo y viudo, alquiló uno de los Cajones de la Ribera, tenduchos bajo el Palacio Virreinal, donde a la par de manejar un negocio modesto, se dedicó a componer sátiras y poesías festivas. El público le rodeaba para oír sus festivos ataques a los médicos y a otros tipos populares de la ciudad, y lo apodaron el Poeta de la Ribera. Su fama llegó hasta México, donde la célebre Sor Juana Inés de la Cruz le escribió una carta, que Caviedes respondió atentamente. Compuso también sonetos delicados, poesías de lamento y arrepentimiento cristiano, romances religiosos, amorosos y costumbristas.
Tuvo el deseo de publicar una selección de sus poesías bajo el título de Diente del Parnaso, pero no lo concretó. Sus manuscritos fueron adquiridos por el doctor José Manuel Valdés y, al morir éste, pasaron al coronel Manuel de Odriozola, quien los publicó en su Colección de documentos literarios del Perú (tomo quinto, 1873). Una edición más depurada realizó Ricardo Palma en su Flor de academias y diente del parnaso (1899). Posteriormente se fue engrosando el corpus poético de Caviedes, merced a las investigaciones de Luis Alberto Sánchez, el padre Rubén Vargas Ugarte y Augusto Tamayo Vargas, entre otros. Caviedes destaca por el manejo del verso clásico con el que construye su poesía festiva y satírica, a través de la cual hace una dura crítica del medio social dentro de una exposición realista y descarnada. También cultivó la poesía mística, de arrepentimiento y de desdén a la muerte.
En la segunda mitad del siglo XVII, la literatura en Europa, bajo influjo de las letras francesas, tendió a volver a los moldes clásicos. Sin embargo, en las colonias españolas siguió preponderando el conceptismo y el culteranismo (Barroquismo). Las normas neoclásicas tardaron en llegar a la América española. Pero ya a comienzos del siglo XVIII, coincidiendo con la instauración de la dinastía borbónica en España, los escritores empiezan a alinearse dentro de las Academias surgidas a imitación de las de Francia. Surge la Academia de Palacio fundada por el virrey Marqués de Castell dos Rius (1707-1710), donde al lado de los cultores del barroquismo se suman los que estaban ya bajo el influjo francés. Destacan entre los académicos de Palacio los siguientes autores:
Sin duda, el literato más destacado de la primera mitad del siglo XVIII fue el limeño Pedro Peralta y Barnuevo, hijo de padre español y de madre peruana. Fue uno de los más completos polígrafos de su tiempo y la fama de su sapiencia cruzó las fronteras del imperio español. Se graduó de abogado, profesión que alternó con las labores de ingeniería, matemáticas y astronomía. Fue Cosmógrafo Mayor del Reino e Ingeniero Mayor. Trazó un plan de defensas del Callao. Dictó la cátedra de Prima de Matemáticas en la Universidad de San Marcos, de la que también fue rector. Sabía además 8 idiomas, en todas las cuales escribía con perfección y elegancia. Por su portentosa erudición recibió el apelativo de Doctor Océano. Tuvo un entredicho con la Inquisición a raíz de la publicación de uno de sus libros de carácter místico.
Dejó una obra literaria muy vasta. Tamayo Vargas la divide en cinco grupos:
Destacó en su tiempo Lima Fundada, poema épico de gran aliento, en diez cantos, 1183 octavas reales y un total de 9.464 versos endecasílabos. Su primera edición es de 1732. La segunda fue hecha por Manuel de Odriozola en su Colección de documentos literarios del Perú (1863). Narra la llegada de los conquistadores, el sometimiento de los indios, la división de los españoles en pizarristas y almagristas, y el desfile de una diversidad de personajes coloniales: santos, héroes, prelados, poetas y aventureros.
Sin embargo, son sus obras teatrales las que han despertado más el interés de la crítica moderna. En especial, destaca una adaptación más que traducción de la comedia La Rodoguna de Corneille.
Ya en la segunda mitad del siglo XVIII destacan tres notables escritores nacidos en el Perú pero que desarrollaron su carrera en Europa:
Son dos escritores nacidos en España, que recorren el territorio hispanoamericano y acaban por afincarse en el Perú, componiendo obras precursoras del costumbrismo.
En el campo teatral destaca nítidamente Fray Francisco del Castillo Andraca y Tamayo (¿1714?-1770), conocido como "El ciego de La Merced", religioso mercedario, dramaturgo y poeta, nacido probablemente en Piura. Tuvo fama de improvisador y repentista. Entre sus obras destacan: la comedia La conquista del Perú, una de las primeras en ofrecer una perspectiva crítica de dicho episodio; la comedia Todo el ingenio lo allana; el drama Mitridates, rey del Ponto; y el entremés Del justicia y litigantes.
A fines del siglo XVIII y coincidiendo con el fin del periodo del virrey Manuel Amat y Juniet, se representó en las gradas de la catedral de Lima un drama, el Drama de los palanganas: veterano y bisoño, que es una crítica despiadada contra el gobierno y la persona de este virrey, en particular sus amoríos con La Perricholi. El estreno de esta obra se debió dar en la noche del 26 de julio de 1776. El texto ha sido rescatado por el crítico literario Luis Alberto Sánchez.
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